Abrazando Nuestra Pequeñez – Domund 2025 – Mensaje del Superior General

Domund 2025

Abrazando Nuestra Pequeñez

¿Alguna vez te has sentido insignificante en tus esfuerzos por construir el Reino de Dios? ¿Alguna vez te has sentido abrumado por un gran sentimiento de impotencia frente a una cultura de muerte? En mi caso, me ha sucedido con bastante frecuencia. Recuerdo una ocasión en particular, durante mi primera experiencia misionera intercultural. Mientras que mis compañeros y yo estábamos aterrizando en Arequipa, podía ver bajo mis pies un mar de pobreza: los pueblos jóvenes que rodeaban el aeropuerto. Dentro de mí escuché una voz que susurraba: “¿Qué diferencia podría hacer tu vida ante una inmensidad así? ¿No estarías desperdiciando tu vida al intentarlo siquiera?”
Afortunadamente, una voz más fuerte habló en mi corazón, asegurándome que, aunque mi vida fuera una bendición solo para unos pocos, aun así valdría la pena seguir mi vocación.

En los Evangelios, Jesús reconoce este sentimiento, pero proclama que hay poder en la pequeñez, o, dicho de otro modo, que el poder de su Reino reside precisamente en su pequeñez. Las imágenes que utiliza hablan por sí mismas: la sal y la levadura, una lámpara puesta sobre el candelero, un niño colocado en medio de los discípulos. Pero, sobre todo, en varias parábolas Jesús utiliza la imagen de una semilla —especialmente la del grano de mostaza— que “es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece se convierte en el mayor de los arbustos y llega a ser un árbol, de modo que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas”.

Aunque mi vida fuera una bendición solo para unos pocos, aun así valdría la pena seguir mi vocación.

Incluso nuestro Fundador parece haber compartido esta misma comprensión de Jesús. Cuando escribía sobre nuestra Sociedad, a menudo se refería a ella como la Piccola Compagnia di San Paolo —la Pequeña Sociedad de San Pablo—. El modo en que repetidamente usaba Piccola da la impresión de que era parte misma del nombre, como queriendo decir que la pequeñez forma parte integral de nuestra identidad.

Encuentro esto profundamente significativo para nosotros, que muchas veces luchamos con nuestra propia pequeñez. Nuevamente, puedo hablar de mi experiencia personal. La primera vez que participé en una reunión de la Unión de Superiores Generales, casi me sentí avergonzado de lo pequeños que éramos. Cuando alguien me preguntó sobre nuestra Congregación, sentí la tentación de dar una respuesta breve y seca y cambiar de tema rápidamente. Me di cuenta de que aún no había abrazado la mentalidad de Jesús y de nuestro Fundador, quienes ambos reconocieron el poder que hay en la pequeñez. Todavía estaba influenciado por la mentalidad del mundo, que adora la grandeza y el poder.

Otra invitación poderosa a un cambio de mentalidad nos llega de la gran patrona de las misiones, Santa Teresa del Niño Jesús. Es conocida por promover la espiritualidad de la infancia espiritual, un camino de santidad en el que uno abraza humildemente su propia pequeñez, confiando plenamente en la misericordia y la providencia de Dios. Para Teresa, la pequeñez no es una limitación sino un camino hacia Dios, pues su pequeñez atraía el amor divino, así como un padre se conmueve ante la fragilidad de sus hijos. Su conclusión fue clara: “Para alcanzar la perfección, necesito permanecer pequeña, hacerme cada vez más pequeña.”

Más cerca de nosotros, nuestro propio Fundador expresó esta misma actitud de fe en su discurso durante la colocación de la primera piedra de la Casa Madre de Santa Águeda. Bien podría estar hablándonos a nosotros hoy:

“‘Vayan y enseñen a todas las naciones’. Excelencia, ante este mandato, nos sentimos humildes y confundidos: en efecto, al comparar esta obra con lo que aún falta por hacer, nos damos cuenta cada vez más de la pequeñez de nuestro esfuerzo, que aún está en sus comienzos. En la actualidad son tantos los que todavía esperan ser evangelizados, cuyos oídos jamás han escuchado el dulce nombre de Jesús, que nosotros conocemos desde hace dos mil años gracias a Pablo de Tarso. Por eso, nadie debería sorprenderse de que sintamos cierta confusión al contemplar una tarea tan grande. Lo que nos ayuda a no desanimarnos es el relato evangélico de la ofrenda de la viuda; por eso levantamos la mirada y ponemos nuestra esperanza en Él que es nuestro Padre más amado: en verdad, cuando es Dios quien construye, los que trabajan no se fatigan en vano. Encontramos otro consuelo en este pensamiento —lleno de verdad—: que el poder de Dios, que hizo todo de la nada, y el poder del Dios-Hombre que alimentó a miles con cinco panes, nunca han cambiado y permanecen para siempre.”

¡Qué imágenes tan poderosas utiliza! En la multiplicación de los panes, fue un pequeño niño quien salvó el día con sus víveres pobres. La imagen de la ofrenda de la viuda resulta especialmente conmovedora en los labios de nuestro Fundador. Él vivió según esa enseñanza, como se ve cuando envió al Hermano Joseph Caruana, su miembro más valioso, a Abisinia.

Claramente, el Espíritu de Dios nos está invitando a abrazar nuestra pequeñez con fe y confianza en Él. Esto, por supuesto, no significa que descuidemos nuestra responsabilidad de invitar a otros a unirse a nuestra comunidad. El mismo Jesús, aun hablando de pequeñez, sigue mandando a sus discípulos a hacer discípulos de todas las naciones. Tampoco nos exime de actuar con prudencia frente a nuestras limitaciones. Una vez más, el mismo Jesús enseña que no es sensato salir a la guerra con diez mil hombres contra quien viene con veinte mil.

Dejemos, pues, que resuene en nuestros corazones la palabra de Dios a Pablo, pronunciada en medio de su propia lucha con la debilidad:

“Te basta mi gracia, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad.” (2 Cor. 12,9)

P Martin Galea mssp
Superior General.

Leave a Reply